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Karla de regreso con ustedes para seguirles contando de nuestro programa de Grants. Éste tiene dos categorías una es el SociaLab que es donde apoyamos a organizaciones sin fines de lucro. En esta categoría la tasa de retorno social es muy importante para nosotros, les cuento porque.
La filantropía y la cooperación internacional han recorrido un largo camino. Durante décadas, el lenguaje predominante estuvo marcado por historias conmovedoras, imágenes poderosas y testimonios cargados de emoción. Y aunque estas herramientas siguen siendo útiles y necesarias, hoy en día ya no bastan para convencer a donantes sofisticados, filántropos estrategas, inversionistas sociales y organizaciones multilaterales que buscan más que buenas intenciones: quieren resultados. Aquí es donde entra en juego un concepto que se está volviendo cada vez más relevante en la conversación global sobre impacto: la tasa de retorno social.
Hablar de una tasa de retorno social es hablar de números, de métricas, de cálculos que buscan responder a una pregunta aparentemente sencilla, pero en realidad profunda y compleja: ¿qué tan rentable es invertir en lo social? No en términos de dinero que regresa a la cuenta bancaria del donante, sino en términos de beneficios concretos y tangibles para la sociedad. Es la idea de que por cada dólar, colón o euro invertido en un programa social, podemos medir cuánto se transforma en mejoras en salud, educación, productividad, ingresos, cohesión social o incluso felicidad y bienestar. Pasar de la anécdota al resultado medible y concreto.
El término se suele abreviar como SROI, por sus siglas en inglés (Social Return on Investment). Y aunque suene técnico, en realidad tiene un atractivo muy poderoso: le da un lenguaje financiero al impacto social. Hablar en números permite abrir puertas que antes estaban cerradas. Cuando una organización puede demostrar que por cada dólar donado se generan, por ejemplo, 5 dólares en beneficios sociales medibles, el argumento deja de ser abstracto y se convierte en algo casi irrefutable. Y lo más importante: esa cifra no es un invento; surge de un análisis riguroso de cómo los proyectos cambian vidas, reducen costos al Estado o generan nuevas oportunidades económicas.
En un mundo cada vez más competitivo por captar la atención de los donantes, la transparencia y la claridad son claves. No es lo mismo decir “nuestro programa ayuda a los jóvenes a conseguir empleo” que poder mostrar que “nuestro programa logra que 70% de los jóvenes beneficiarios encuentre un empleo formal en menos de seis meses, lo que se traduce en un ahorro de 2 millones de dólares anuales al sistema público en subsidios de desempleo”. Esa diferencia narrativa cambia por completo el nivel de la conversación. La primera afirmación apela al corazón, la segunda apela también al cerebro, y en la intersección de ambos es donde se toman las decisiones de inversión más poderosas.
Pero detengámonos un momento. ¿Por qué esto es cada vez más importante? Porque los donantes de hoy son distintos. Ya no estamos en una época donde la filantropía se basaba únicamente en la confianza y en la reputación. Hoy los donantes son profesionales, están expuestos a métricas en todas las dimensiones de su vida: en el mercado bursátil, en sus inversiones personales, en su trabajo corporativo. Quieren evidencia. Quieren benchmarks. Y sobre todo, quieren asegurarse de que sus recursos no solo generan un cambio efectivo, sino que lo generan de la manera más eficiente posible.
Y aquí aparece otro ángulo fascinante. Una tasa de retorno social no solo mide el resultado final, sino que obliga a las organizaciones a pensar mejor en el diseño de sus programas. Cuando sabés que tendrás que mostrar en cifras cuál es el impacto de tu trabajo, entonces inevitablemente planificás de manera más estratégica, afinás los procesos de monitoreo y evaluación, y te preocupás más por la calidad de los datos. Dicho de otra manera: el solo hecho de medir el retorno social ya eleva la vara de la gestión organizacional.
Claro, todo esto no significa que las historias humanas pierdan importancia. Al contrario, lo que hace la tasa de retorno social es darles un marco más sólido. La historia de una madre que logra salir de la pobreza porque participó en un programa de capacitación laboral es conmovedora. Pero si además podés demostrar que cada madre que completa el programa aumenta sus ingresos familiares en un 40% y que eso se traduce en una mejora del 25% en la asistencia escolar de sus hijos, de repente la historia se convierte en un argumento de inversión con poder transformador. Y si se escala, tiene un potencial de generar un cambio sistémico; en vez de un cambio local. Lo que no debemos de olvidar, es que las vidas humanas siguen en el centro, pero ahora están respaldadas por números que multiplican su credibilidad.
Un reto frecuente que enfrentan las organizaciones sin fines de lucro es el escepticismo. Muchos donantes, especialmente institucionales, temen que los recursos no se usen de manera efectiva ni eficiente. El SROI responde a esa duda. Le da a la filantropía una capa de accountability que antes solo estaba presente en el mundo financiero. Y aquí es donde la conversación se vuelve estratégica: cuando las organizaciones logran hablar en el mismo idioma que sus donantes, generan una relación más simétrica y basada en confianza documentada, verificada y comprobada, no solo en buena fe.
A nivel global, los ejemplos abundan. Programas de reinserción laboral en Europa han mostrado retornos sociales de hasta 7 veces lo invertido, al reducir los costos de asistencia social y aumentar la recaudación fiscal gracias a empleos formales. Iniciativas de prevención en salud pública en Estados Unidos han demostrado que cada dólar invertido en vacunación temprana puede generar hasta 10 dólares en ahorros futuros en tratamientos médicos. Y proyectos de educación en América Latina han documentado mejoras de hasta 300% en ingresos a lo largo de la vida de los beneficiarios, traducidos en impactos macroeconómicos significativos.
Lo más relevante es que estos números no están aislados de la dimensión humana, sino que la refuerzan. Cada cifra es un recordatorio de que detrás de ella hay una persona, una familia, una comunidad que cambia su historia. Y ese es quizás el mayor valor de hablar de retorno social: le damos a los donantes la seguridad de que sus recursos tienen efectos multiplicadores, y a la vez honramos a quienes participan en los programas al reconocerlos como protagonistas de un cambio medible y duradero.
En un ecosistema donde la competencia por fondos es feroz, diferenciarse es vital. Las organizaciones que sepan traducir su impacto en términos de SROI estarán un paso adelante. No se trata de abandonar el storytelling emotivo, sino de enriquecerlo con datos duros. Se trata de darle al donante la tranquilidad de que no solo está apoyando una buena causa, sino que está haciendo una inversión social inteligente, con retornos claros y verificables.
Quizás la mejor manera de pensar en esto es con una analogía. Si un inversionista privado tiene que decidir entre dos proyectos empresariales y uno de ellos le demuestra que por cada dólar invertido puede obtener cinco de retorno, mientras que el otro solo le promete una historia inspiradora, ¿cuál creen que elegirá? La filantropía está comenzando a moverse hacia esa misma lógica, y quienes logren adaptarse tendrán una ventaja competitiva enorme.
Al final, hablar de tasa de retorno social no es quitarle alma a la filantropía; es darle un nuevo nivel de rigor. Es reconocer que transformar vidas humanas merece la misma seriedad con la que evaluamos cualquier otra inversión. Es, en última instancia, un acto de respeto hacia los donantes, hacia las comunidades y hacia el futuro de la cooperación internacional.
Y si pensamos en los próximos años, este cambio será aún más relevante. Los grandes fondos de inversión de impacto, las fundaciones familiares de nueva generación, e incluso las plataformas digitales de microdonaciones están pidiendo lo mismo: evidencia. La confianza hoy se construye con historias, pero se consolida con números. Y la tasa de retorno social es la herramienta que permite tender ese puente entre la emoción y la razón.
En síntesis, la conversación sobre impacto ya no puede quedarse en el terreno de lo intangible. Quienes lideramos organizaciones sociales o trabajamos en cooperación sabemos que nuestra misión siempre será profundamente humana. Pero también sabemos que para sostener y escalar esas transformaciones necesitamos convencer a audiencias cada vez más exigentes, más técnicas, más orientadas a resultados. Y ahí es donde el SROI deja de ser un lujo y se convierte en una necesidad.
Porque al final, lo que buscamos es simple y poderoso: que cada recurso invertido en lo social tenga el mayor efecto posible en cambiar vidas. Y si tenemos las herramientas para demostrarlo en números concretos, estamos no solo mejorando nuestra capacidad de desbloquear y captar fondos, sino también elevando la calidad y la eficiencia de lo que hacemos. La tasa de retorno social no es una moda; es el futuro de la filantropía. Un futuro donde emoción y evidencia se encuentran, y donde cada historia de vida transformada tiene un respaldo matemático que la hace aún más fuerte.
Desde Fundación Caricaco, queremos apoyar a que más organizaciones sin fines de lucro de Costa Rica que estén listas para dar este salto.
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Pura vida,